El silencio de Michelle Bachelet

 

2013.08.22 LIBERTAD DIGITAL/ESPAÑA- Opinión

images23 de agosto, el Día del Listón Negro

por Mónica Mullor

El 23 de agosto de 1939 se celebró uno de los pactos más ignominiosos de la historia de la humanidad: aquel que se conoce como Pacto Mólotov-Ribbentrop y que, de hecho, convirtió en aliados a los comunistas (soviéticos) y a los nazis (alemanes), dando así paso al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Por ello es que esta fecha fatídica se ha convertido en el Día Europeo de Conmemoración de las Víctimas del Estalinismo y el Nazismo, también conocido como el Día Internacional del Listón Negro. Fue establecido como tal por el Parlamento Europeo en 2008 y luego, en 2009, transformado en el día del recuerdo de las víctimas de todos los regímenes totalitarios y autoritarios. A esta conmemoración también se ha sumado, de manera oficial, Canadá.

Sobre los crímenes del comunismo, en Chile no se habla y menos aún se conmemora el día de lo que el Presidente del Parlamento Europeo, Jerzy Buzek, calificase en 2010 como «la colusión de las dos peores formas de totalitarismo en la historia de la humanidad». El Partido Comunista chileno, que nunca se ha hecho una autocrítica al respecto y siempre fue absolutamente leal a la Unión Soviética, calla sobre el Pacto Mólotov-Ribbentrop y también sobre su apoyo incondicional al mismo. También calla sobre su apoyo a la invasión de Polonia, los países bálticos y Finlandia por parte de la Unión Soviética, que fue una consecuencia directa del pacto del 23 de agosto. Y calla, en general, sobre su apoyo irrestricto a todos los horrores y matanzas cometidos por Stalin.

Pero no sólo los comunistas chilenos callan, lo que no es sorprendente ya que seguramente no se han arrepentido de ninguna de las fechorías de las que, a través de su historia, han sido entusiastas cómplices. También calla Michelle Bachelet, quien no sólo es la candidata oficial del Partido Comunista sino que se permitió hace poco congratular en carta abierta al Partido Comunista de Chile por sus cien años de existencia. En esa vergonzosa carta no hay una sola palabra de crítica a un partido que ha avalado tantos genocidios ni a una ideología, el marxismo-leninismo (que sigue siendo la ideología oficial del Partido Comunista chileno), que le ha causado al mundo más muertes que ninguna otra ideología.

La conducta de Bachelet, sin embargo, no es sólo explicable por la coyuntura electoral actual. La ex presidenta de Chile y hoy candidata a la reelección se exilió junto a su madre, Angela Jeria, en la República Democrática Alemana. Eran los tiempos de la dictadura de Pinochet y luego de algunos años regresaron a Chile. La madre de Bachelet, con evidente nostalgia, ha reconocido posteriormente haber «sentido pena por la caída del Muro de Berlín, porque desaparecía un país más justo e igualitario».

Pero más grave aún es el hecho de que la misma Bachelet nunca haya manifestado su repudio por la dictadura comunista que un día la amparó. Ha elegido el silencio, tal como lo han hecho muchos de los que un día consintieron las tropelías de la dictadura de Pinochet. Notable y triste silencio, que nos dice cuanto puede cojear el tan manido discurso en defensa de los derechos humanos.

Este 23 de agosto podría ser el día propicio para que Michelle Bachelet rectifique y rompa su silencio cómplice con el Partido Comunista y la dictadura de la ex República Democrática Alemana. Para ello debe reconocer, clara y tajantemente, que las víctimas del totalitarismo y el autoritarismo no dejan de serlo por el hecho de que hayan sido avaladas por nuestros aliados o porque los culpables hayan sido los mismos que un día nos dieron protección.

Chile, entre dos mujeres

La derecha chilena, acomplejada, miedosa y tradicionalista, tiene más suerte de la que se merece. Por esas cosas de la vida, se quedó sin candidato para las elecciones presidenciales de fin de año y de pronto se dio cuenta que en sus filas tenía la solución de muchos de sus problemas, entre los cuales el mayor se llama Michelle Bachelet.

Claro, no es que hasta ahora no supiese de la existencia de Evelyn Matthei, actual ministra del trabajo de Sebastián Piñera, sino que esta mujer sin pelos en la lengua ni complejos que la acallen, era demasiado para unos señores que a veces parecen asustarse de lo que piensan y a los que Bachelet les produce un miedo reverencial.

Luego de que Pablo Longueira retirase su candidatura por motivos de salud y ante la perspectiva cierta de ser arrasados por «la Zapatero chilena«, no les va quedando otra que apostar por la valentía y el desacato de una mujer que sin duda le podría hacer muy difícil la vida a Michelle Bachelet. La gran «mamá de los chilenos» debería en ese caso enfrentarse a otra mujer que no le dejará, como acostumbran los hombres chilenos que se achican frente a las figuras maternales, jugar su clásico rol. Si la derecha chilena se juega por Evelyn Matthei, Bachelet tendría que ganar por lo que quiere realizar, por sus propuestas concretas, y no por la magia de su sonrisa siempre lista para tapar la vaguedad de sus promesas.

Si la Alianza por Chile, es decir, la coalición de los partidos de centroderecha, finalmente se decide por Evelyn Matthei estaremos frente a una batalla épica en que se decidirá mucho del destino de Chile. Y la confrontación entre estas dos mujeres sería muy directa, obligando a Bachelet a mostrar sus cartas: ¿por o contra el modelo actual de desarrollo chileno?, ¿por mantener la libertad de enseñanza o estatizar la educación chilena?, ¿por seguir confiando en el esfuerzo individual o hacer del Estado el gran protagonista de la vida social?, ¿por un desarrollo evolutivo de la institucionalidad o por lanzarse a la aventura chavista de la Asamblea Constituyente?

Pero hay algo más que le pondría sal y pimienta al enfrentamiento entre Matthei y Bachelet. Estas dos mujeres están unidas por su historia familiar. Evelyn y Michelle se conocen desde pequeñas. Sus padres fueron ambos generales de la fuerza aérea chilena. Uno, el padre de Evelyn, fue miembro del gobierno militar, el otro, el padre de Michelle, murió a causa de los apremios que sufrió al ser detenido bajo el régimen militar. Así vistas las cosas parece que la historia jugase totalmente a favor de Michelle Bachelet. Pero el asunto es más complejo. La misma madre de Bachelet exculpó al padre de Evelyn, el ex comandante en jefe de la aviación chilena, Fernando Matthei, de la muerte de su esposo. Evelyn ha reconocido tener cariño y además mucha admiración por la madre de Bachelet y Michelle aún llama «tío» al padre de Evelyn.

Evelyn Matthei no minimiza un ápice la brutalidad de la tortura y la violación de los derechos humanos llevados a cabo en los tiempos de la dictadura militar, pero tampoco está dispuesta a dejar que la izquierda se haga la víctima inocente por lo que pasó en Chile. La democracia chilena no se hundió por casualidad. El golpe de Estado de septiembre del 73 tiene una historia de la que ni Bachelet ni la izquierda que la apoya, con los partidos comunista y socialista a la cabeza, quiere acordarse. Y nada sería mejor para que a estos amnésicos les vuelva la memoria histórica que tener que vérselas con Evelyn Matthei. Sin pelos en la legua, sin complejos, sin ese «yo me callo para que tú te calles» al que ha jugado gran parte de la derecha chilena.

En breve sabremos si, finalmente, la derecha chilena se atreve a dar la pelea, tanto por el futuro como por el pasado de Chile. Si así fuese, ganase o perdiese Evelyn Matthei, estaríamos en presencia de una batalla histórica que mucha falta le hace a Chile. Sí, a veces se requieren dos mujeres para hacer lo que miles de hombres han sido incapaces de hacer.

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Otra vez, el cuento socialista

«Cuando un político quiere más Estado, quiere súbditos no ciudadanos»

He vivido tanto en Suecia como en España, y cuando escucho a ciertos candidatos presidenciales de la izquierda chilena tengo la sensación de estar viendo una película repetida. Michelle Bachelet me recuerda a los políticos suecos de la década de los 80 o a los españoles de hace no mucho, cuando todo se resolvía diciendo «más Estado» y se prometían «derechos sociales» a diestra y siniestra, inflando las expectativas de unos votantes fascinados con ese Estado todopoderoso que les hacía creer que soñar no cuesta nada.

El carrusel de las ilusiones duró unos treinta años en Suecia gracias a unas condiciones económicas excepcionales. Entre 1960 y 1990 se duplicó el gasto fiscal, que pasó del 30 al 60% del PIB, y todo el crecimiento del empleo se dio dentro del sector público. Los derechos se multiplicaron y los subsidios se dispararon. Al final, casi daba lo mismo trabajar que no hacerlo. La mitad o más del salario de un modesto trabajador debía destinarse a pagar impuestos directos e indirectos. Muchos de ellos incluso caían bajo la línea de pobreza, dada la carga impositiva, y luego debían recurrir a los subsidios estatales para sobrevivir. Y así, muchos terminaron siendo súbditos del Estado más que ciudadanos.

De esta manera, no sólo se terminó ahogando al sector privado y destruyendo el incentivo a trabajar, sino creando un Gran Estado que, por su tamaño, era sumamente vulnerable. El triste despertar del pueblo sueco llegó a comienzos de los 90. Bastó una coyuntura difícil para que el Gran Estado se desmoronara: aumentó la cesantía, cayó la capacidad tributaria y el déficit público llegó al 11% del PIB en 1993. Luego vinieron los años duros, el recorte de los derechos sociales, las grandes reformas del sistema de pensiones, etc. La inflación de los derechos se pagó muy cara.

Luego viví en España y vi cómo el temperamento latino y la desvergüenza de los socialistas (incluidos los socialistas del Partido Popular) provocó en pocos años el mismo perjuicio que en Suecia tomó décadas perpetrar. Los tiempos del despilfarro y del todo gratis español dieron lugar a muchas burbujas sociales. Universidad para todos y gratuita, atención sanitaria para el mundo entero, aeropuertos sin viajeros… en fin, almuerzo gratis y café para todos. Hoy, los españoles saben que todo era un engaño, los derechos sociales sólo podían pagarse en situaciones de bonanza económica y con dinero prestado, no en tiempos de crisis.

Ahora, estando en Chile, me entristece ver que se trata de vender aquí el mismo cuento que ha llevado a otros países a profundas crisis. Hay que contarle a los chilenos, además, que cuando un político quiere más Estado, también quiere súbditos y no ciudadanos.

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El mismo artículo en: Instituto Juan de Mariana/España

El Instituto Independiente/EE.UU

Latin American News

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Chile, diez indicadores de un gobierno mediocre

Por Mónica Mullor                                               en Youtube aquí

Chile ha experimentado transformaciones importantes desde marzo de 2010, cuando la socialista Michelle Bachelet dejó La Moneda. Luego de 30 meses de estadía en Estados Unidos, el 27 de marzo de 2013, regresó Michelle Bachelet a Chile para anunciar su repostulación como candidata a la presidencia del país. En su primer discurso dijo: “Hubo cosas que no hicimos del todo bien y reformas que quedaron sin hacer”, y tenía la razón. Bachelet gobernó Chile entre marzo de 2006 y marzo de 2010.

RADIOGRAFÍA DE UN GOBIERNO MEDIOCRE: diez indicadores

crecimeinto del PIB corregido

final tasa desempleo final evolución tasa femenina final 2 corrupción final evolución pobreza

final pobreza extrema

final desigualdad del trabajofinal final vitimizaciónnumero de empresas constituídas final Doing businnes final

Sebastián Piñera:»Yo no vengo a que me quieran sino a ser eficiente»

Véase también en ElIndependet

Hacer.org

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Bachelet, la Zapatero chilena

La crisis de los países del sur de Europa, en especial la española, es una advertencia para Chile y los chilenos.

2012-12-03  Libertad Digital – Opinión// España

por Mónica Mullor                     

En mi reciente estancia de mes y medio en Chile –coincidiendo con las elecciones municipales–, observé que la izquierda de todos los sabores y colores alberga la esperanza de que las próximas presidenciales las gane la expresidenta socialista Michelle Bachelet. Es éste un pronóstico que se da por seguro desde la izquierda y también desde el centroderecha.

zapatero_bacheletAsí las cosas, y curiosamente impulsada más por su ausencia que por su presencia en el debate político, Bachelet pareciera encarnar a la Gran Mamá del pueblo chileno, capaz de hacer realidad todos los deseos imaginables y poner la casa en orden, luego de los desastrosos años de gobierno de Sebastián Piñera, caracterizados por un gran crecimiento económico, los bajos índices de cesantía, las grandes reformas en educación, la lucha contra la pobreza extrema y las medidas en favor de la mujer; es decir, por las reformas que Bachelet no acometió en sus años de gobierno.

De vuelta en Madrid, y reflexionando sobre mi estadía en Chile, me quedo con lo mejor: allí los derechos van ligados a los deberes y se potencia el espíritu emprendedor. Los chilenos tienen conciencia de que todo cuesta, porque, por ejemplo, ni la universidad ni el sistema sanitario son gratuitos.Chile es un país que funciona y los chilenos parecen contentos con el gran progreso que están experimentando. Yo también.

El contagioso optimismo de los chilenos se desvaneció rápidamente cuando me reencontré con la desesperanza que agobia cada día más a los españoles. El desempleo no para de crecer y ya supera los 5,8 millones; el 52% de los jóvenes no tiene trabajo, 1,7 millones de hogares tienen a todos sus miembros en paro. No sin razón, en lo que va de año en Madrid se han celebrado ya más de 3.000 manifestaciones, autorizadas o no.

Este es el resultado de los años locos de España, de cuando estuvo gobernada por un colega socialista de Michelle Bachelet. ¿Lo recuerdan? Su nombre es José Luis Rodríguez Zapatero, que tiró la casa por la ventana e hizo que se olvidase la relación existente entre deberes y derechos, entre esfuerzo y resultado. Su política de promesas a destajo, de ofrecer múltiples derechos a la ciudadanía, como si fueran maná caído del cielo, hizo que España llegara a la situación en que está ahora: endeudada, embargada y desacreditada.

En tiempos de bonanza económica, el colega de Bacheletpermitió que en España se inflaran muchas burbujas, empezando por la crediticia y la inmobiliaria, que a su vez condujeron a una burbuja política, sustentada en la acumulación de ingresos tributarios de todo tipo.

Los tiempos del despilfarro y del todo gratis de Zapatero dieron también lugar a la burbuja sanitaria. Todos los partidos políticos (sin excepción) coreaban al unísono que la sanidad pública sería siempre universal y gratuita, lo que condujo a un uso irresponsable de los recursos sanitarios. En el plano educativo, hace ya mucho que España optó por la vía populista argentina: universidad para todos y gratuita. Se apostó por la cantidad y no por la calidad, lo que llevó a la masificación de la educación superior, que abrió sus puertas a estudiantes poco preparados. Y así continúa hasta hoy la universidad española, navegando en un mar de mediocridad institucionalizada. Por eso no es de extrañar que España no tenga una sola universidad entre las 150 mejores del mundo. En el ámbito de las infraestructuras, los políticos (con dinero de los fondos europeos) invirtieron miles de millones de euros en la construcción de aeropuertos sin viajeros, autopistas sin automóviles, palacios de congresos sin congresos, tranvías y trenes de alta velocidad sin pasajeros.

Fueron los años del populismo desenfrenado del Estado de Bienestar, de la generosidad irresponsable del Estado y la inflación de derechos. Su efecto más dañino fue una concepción falsa del progreso como algo conquistado de una vez y para siempre. Todo era un engaño: los tan mentadosderechos no estaban pensados para momentos de verdadera necesidad, cuando muchos pierden su empleo y caen en la indefensión. Solo podían pagarse en situaciones de bonanza económica, no en tiempos como los que vive España desde hace ya cuatro años.

Resumiendo: el socialista Rodríguez Zapatero embaucó a los españoles, y ahora a España no le queda más que mendigar el dinero que precisa.

Nadie sabe lo que Bachelet se propone realmente, pero los ávidos de derechos y los beneficiarios del clientelismo ya están golpeando la puerta. Su juego de diva ausente a lo Garbo le está resultando de maravilla, y tal vez le sirva para ser elegida. Pero tendrá un problema. Un día deberá también gobernar y aguantar el chaparrón de las ilusiones frustradas, especialmente entre el izquierdismo más militante, que ha crecido alentado por el izquierdismo moderado de la Concertación, deseoso de hacer ingobernable el país para que crezca la nostalgia por Mamá Michelle.

La crisis de los países del sur de Europa, en especial la española, es una advertencia para Chile y los chilenos, un llamado a que no se dejen embaucar por argumentos populistas sobre las supuestas maravillas de los Estados de Bienestar.

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